¿Cuál es la diferencia entre el terror y el weird? ¿Qué hace a Lovecraft tan único?
Todas las respuestas en este ensayo inédito del autor de culto Quentin S. Crisp, que sirve de prólogo a la segunda edición aumentada de nuestro clásico libro de terror Sui generis.
I
Googligars
La primera casa en la que viví era un adosado, relativamente grande, de tres plantas y un sótano. En el pasado la casa había sido todavía más grande, y unifamiliar. Es decir, que —o eso me contaron— las dos casas en las que vivíamos nosotros y nuestros vecinos habían sido una sola. Me gustaría dar una idea de cómo era esa casa, porque el principal acontecimiento del que deseo escribir —un acontecimiento de la imaginación— tuvo, en cierta medida, a esa casa como telón de fondo. En esa casa jugué, me maravillé y fui hechizado. Estas tres cosas fueron posibles hasta un grado casi mítico porque la casa era suficientemente grande como para que un niño vagara por ella. Quizá incluso me dio una sensación de titularidad sobre lo doméstico, algo que la vida no me ha vuelto a conceder desde entonces.
Era una casa —tal como yo la viví, claro está— que creo que le habría gustado a Maurice Sendak. En el jardincito delantero crecía un enorme girasol; en el jardín trasero, más grande, unos escalones tortuosos llevaban hasta un riachuelo que desembocaba en el mar, que estaba a menos de cinco minutos a pie. Jugué a muchos juegos en aquel escenario. Recuerdo cómo trataba de resolver el éxtasis incompleto de jugar a los bomberos: mi hermano y yo bajando por una cuerda al jardín ositos de peluche y otros juguetes del estilo desde una ventana situada en lo alto, rescatándolos de un fuego imaginario. El rescate se repetía una y otra vez, como un rompecabezas. Recuerdo también que jugábamos a los tigres con mi padre, arrastrándonos a cuatro patas en la oscuridad por toda la casa, como si fuera el territorio de un animal. Soy incapaz de describir lo emocionante de aquel pasatiempo. La oscuridad ya no me atemorizaba porque yo, como tigre, era lo más atemorizante que allí había. No creo que haya vuelto a sentir una felicidad así en ningún otro momento de mi vida.
Debería aclarar que por lo general me daba miedo la oscuridad. Por lo que recuerdo, subir a otra planta por las escaleras me aterrorizaba en esa casa. Era siempre consciente de presencias invisibles a mi alrededor. Avanzaba sigilosa y temblorosamente, o me apresuraba y trastabillaba presa del pánico.

Quentin S. Crisp
De hecho, la casa estaba encantada, o eso es lo que se contaba. Durante un tiempo mis padres regentaron el lugar como una casa de huéspedes y más de uno aseguró haber visto un fantasma. Uno de mis progenitores se apega a esta crónica como si hubiera de tomarse al pie de la letra; el otro afirma que aquellos que vieron el fantasma habían oído antes de su existencia y por tanto habían sucumbido al poder de la sugestión. Se trataba del fantasma de una anciana. Hay incluso una vieja historia que explica quién podría haber sido esta anciana y da pistas sobre qué podría haberle robado el descanso a su espíritu. La historia cuenta que, hace mucho tiempo, cuando las dos casas todavía eran una sola, vivían en ella dos mujeres. Eran excéntricas, al parecer, amigas una de la otra y de nadie más en el mundo. Las unía un vínculo tan fuerte que no necesitaban hablar con nadie más; o por el contrario, su odio hacia los demás era tan fuerte que fortalecía el vínculo. En cualquier caso, dado que eran tan reservadas nadie supo qué fue mal entre las dos, pero algo pasó. Un día su amistad acabó y construyeron un muro que dividió la casa en dos. Vivieron en esas dos casas hasta que murieron, sin hablar, como antes, con nadie, y ahora ni siquiera entre ellas; juntas para siempre, separadas para siempre.
Esa es la historia. Seguir leyendo →